Ella

Llegué al centro de estética donde ella trabajaba hace ocho años. Su sobrino que colaboraba con ella me invitó para que conociera los tratamientos de esa clínica. Mi piel por aquel entonces estaba fatal y pensé que una buena limpieza de cutis me vendría muy bien.

Me tumbaron en aquella habitación iluminada con velas sobre una camilla para que me relajara, algo complicado para mí teniendo en cuenta lo revolucionada que estaba por aquella época. Aun me cuesta bajar el ritmo y desconectar del ruido de mi mente, mi respiración casi siempre agitada aún se resiste al silencio externo.

Una mujer de pelo rubio y gafas pequeñas entró en la habitación. Su mirada era la de una mujer noble a pesar de los duros golpes recibidos en su vida, inteligente y vital incluso en los días más duros.  Me colocó una lampara de aumento a escasos centímetros de mi cara y dijo:

-Hola, ¿Cómo estás?. ¿Estás cómoda? Te seré sincera, tienes una piel horrible, más bien de pena y pide a gritos ser cuidada. No puedo solucionarte esto en una sesión pero cuando termine el tratamiento, tú misma comprobarás cuanto puedes ganar si confías en unas buenas manos, y las mías, según dicen, son las mejores.

Soy una mujer desconfiada por naturaleza, pero necesitaba que alguien cuidara de mí por una vez en mi vida. Qué difícil es dejarnos llevar cuando somos animales salvajes que tendemos a morder en momentos desacertados.

Siempre he pensado que el universo ha sido y es muy generoso conmigo. Me ha puesto personas en el camino durante toda mi vida que no han dejado de darme enormes y valiosas lecciones, tanto las bonitas como las más feas.

Ella tiene la capacidad de percibir que ocurre con tan sólo mirarte a los ojos. Te traspasa hasta lo más profundo y oculto, como si llegara más allá de donde quieres hacerlo incluso tú misma. No podía engañarla, pero yo aún no era consciente de que jamás tendría la necesidad de ello.

(Lo que daría por un buen café ahora, pero en los trenes son horribles… Creo que en la mochila llevo bolitas de cacahuete recubiertas de chocolate, de esas que no se derriten en la mano, me encantan…)

Al terminar nuestra tarde juntas me dijo que cuánto me escondía y cuánto perdía por ello; qué manía con montarnos personajes pensando que nos beneficiaran cuando es justamente lo contrario.

Me contó que se había equivocado por completo conmigo. Cuántas veces he oido esa frase a lo largo de mi vida…

Antes de aparecer allí le había dicho a su sobrino que no quería atenderme porque le caía fatal y no tenía ninguna gana de conocerme, me lo dijo justo antes de abrazarme al despedirnos. Caray qué mujer tan directa, no he conocido a alguien más cruda en mi vida o quizás si pero ahora no me apetece hablar de mí.

No habíamos acordado la siguiente cita y ya tenía ganas de volver a abrazarla. Cuando lo haces, sientes como si cada herida de tu cuerpo, alma y mente estuvieran en boxes, como si cada hueso roto se recolocara en perfecto estado y el mundo de parara para concederte unos minutos. Esa mujer es sanadora, reconstruye tu corazón aunque lo tengas hecho pedazos. Ella calma mi dragón.

Nos veíamos cada semana, yo dejaba mi piel y corazón en sus manos y ella me los devolvía con una mejoría más que evidente. Nuestra amistad crecía en cada encuentro con más fuerza, honestidad y peso. Jamás sobró ni faltó una frase por parte de ambas. Compartíamos nuestros secretos más ocultos, nuestras penas más grandes y nuestros problemas más livianos.

Tengo un humor peculiar, hago reír muchísimo pero pocos logran partirme de la risa como ella. Ha aguantado mis peores días y mis contestaciones más brutas con una sonrisa y miles de “amiga te quiero”.

Cada vez que nos juntábamos intentábamos quedar para comer, mi mayor vicio y el suyo. Encontré en ella una compañera perfecta, los mayores homenajes gastronómicos sin sentir una pizca de culpabilidad. Nos chupábamos los dedos en cada plato, nos relamíamos en cada restaurante como si lleváramos toda la vida sin probar bocado. Era nuestro momento, donde nos sobraban las palabras y las personas. Era nuestro par de horitas donde nos evadíamos del resto del mundo, de nuestra vida y situaciones; donde sólo se permitía disfrutar y repetir cuanto quisieras.

Conoció a cada pareja y su consecuente ruptura, a cada amiga y enemiga. Me ha secado tantas lágrimas que dentro de ella hay un lago con todas mis penas. Hoy me siento a su lado a contemplarlo, y sonrío con orgullo por cada batalla ganada y por cada una perdida. Cuánto hemos hablado de la vida, del amor, del dolor y la superación, de la felicidad y la tristeza.

Me siento tan llena  de vida junto a ella. Tan agradecida al universo de haberme regalado su ser más preciado. Ella es luz, es aire, agua y fuego; ella es todo. Jamás he conocido una mujer con tanta fuerza y valentía, invencible a todo, maldita sea, a todo.

26 de Diciembre, suena el teléfono:

– Amiga…- escuché sus llantos desesperados, temblorosos, estaba rota de dolor como una niña pequeña.

– ¿Qué ocurre cariño? ¿Qué te pasa? – en ese instante sabia que había vuelto a reproducirse.

– Tengo miedo, mucho miedo. Quieren volver a operarme. Me quitaran el pulmón entero y volverán a darme quimioterapia. ¿Porqué a mí? ¿Acaso no pasé suficiente perdiendo a mi madre y hermana por esto mismo?

-Cariño mío, lo siento. Estoy llegando a Madrid, voy para tu casa.

Me eché a llorar durante todo el viaje, me llené de rabia e impotencia. Qué injusta es la vida con ella, después de todo el bien que ha dado a este mundo…

Las pruebas habían dado positivo y volvía a nuestras vidas justo en nuestro mejor momento, cubriéndolo todo de una oscuridad y tristeza imparable.

Recuerdo cuando celebrábamos hacia seis meses con su cirujano, que la mejoría era más que evidente y no había ninguna muestra de la enfermedad por ninguna parte. Todo parecía formar parte del pasado; las lágrimas, las operaciones, la quimioterapia, la radioterapia, los vómitos… -¡Por la salud!-  Maldecí ese brindis por engañarme, por engañarnos.

Siempre recurrimos la una a la otra, nuestras palabras son las más reconfortantes, pero cuando lloraba temblando de pánico y dolor no podía consolarla con ninguna palabra. Yo también tengo miedo, mucho miedo. Tengo rabia porque no puede estar pasándote de nuevo, tu no, la mujer más fuerte que jamás conocí otra vez golpeada por esta puta enfermedad. Estoy enfadada y lo peor es que no tengo a quién hacer culpable, a quién pedir explicaciones, a quién golpear, a quién hacer que pague por tanto dolor y angustia. Si al menos supiéramos a qué batalla nos enfrentamos, si pudiéramos prepararnos para tan duro golpe…pero nadie esta  dispuesto para algo así.

Tan sólo la abracé, sequé sus lágrimas y mientras la besaba le dije que todas esa emociones eran justas. Yo en su situación hubiera destrozado cuanto me rodease con un bate hasta caer agotada sobre mis rodillas.

¿Cómo alguien con tanta vitalidad puede marchitarse a tanta velocidad sin poder negarse a ello? ¿Cómo tener fe cuando estas rodeada de lamentos? ¿Cómo decirte que luches por la vida cuando estoy muerta por dentro?

Eres luz amiga, tu iluminas al sol,  se que la luna te observa cada noche celosa.

Creo que regalaste al mar su bravura y que tu donaste a la tierra su fuerza.

Lucha cariño mío, por favor no te dejes vencer. Estoy contigo, de la mano, no te suelto. Respira y mírame, no me moveré de tu lado.

Te amo amiga.

Con todo mi cariño a todas y cada una de esas personas que han luchado y luchan por aferrarse a la vida con uñas y dientes. A sus seres queridos que no dejan de dar aliento incluso en los días más duros. Y a todas las personas que atienden con tanto amor y cuidado a cada uno de sus pacientes.

Mi más absoluta admiración.